En un tiempo de núbiles paseos de indolencia,
Nos hermanó la sangre
Un Cristo de tropezón, desparramó
Sus bendiciones en un suelo estéril.
Nos cortajeó las mejillas y el futuro
En su súbita denuncia a los espejitos de colores
Aquella voz en pausa que se agitaba
Desde nuestros pozos de aire.
No sé si fui yo o esta resignada alegría
Lo que fue dibujando contornos de tiza
A tus egoísmos avalados
Y mi poquísima corona para tanta cabeza.
No sé si fue mi hartazgo o la esperanza
Quien oprimió el gatillo de lo evidente
Y extinguió los elefantes blancos en el dormitorio
Apestado a humo santo y despedidas.
Volví a sentir en mi carne
Cómo la tormenta de cicatrices repetía itinerarios
Y en el fondo eran de cal las manos que acariciaban.
Esta vez no encerré la jauría de mis dudas:
Que velen aullando y purifiquen a mordiscones
Lo que no pueda vivirse y lo que se nos haya muerto.
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