Me envuelve tu mirada de luz atardeciendo.
Te saludo de alma a alma, impacto al instante.
Los pedacitos de ser que se reacomodan en mí.
Sintiendo entre nuestras manos
Las ondulaciones del devenir,
Leo en tu nombre, en el mío, en ambos.
Profecía perfecta.
Suspiro y sonrío, equilibrios del agua y el fuego.
Hombro con hombro,
Sanándonos.
Vibro con vos, y eso me alcanza para alzar mis brazos
Y admirarte por lo que sos,
Por lo que seas.
Las olas en la costa van llevándome a vos,
Las piedritas coloridas me recitan tu verbo en cada punto
cardinal.
Juraría que escribes las cartas más bellas que nunca he
leído.
“¡Hazte carne!” Le exigí a la Diosa
Y te dibujó, cubierto de espuma, pacifista de naufragios.
Vuelvo a virar, te agitas, crepita la vela…
“No te apagues” te pido, déjame que te proteja
Del viento, que no es maligno pero gusta de jugar
Con las almas más brillantes.
Rememorar en vos que el orbe cabe en un abrazo
Y a la vez se queda afuera del Nosotros
(Que es un orbe en sí mismo).
Mirándote –cuando no mires-
Afrontar tus más grandes terrores,
Poder darte la mano y susurrar
“No estás solo, sé valiente”.
Quizás así comience a darme cuenta
Que tu pregunta fue el flechazo-caricia más profundo
Que pudieran regalarme en varias lunas.
Tal vez algún día entiendas
Que mi negativa
No fue un cerrar de puerta,
Fue,
más bien, abrirla.
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