Cercenado desde el ancho oleaje hasta el abismo,
Con las ilusiones como tristes y vejadas noches de sepulcro.
Las verdades del cancán -del burdel apresurado-
Te las dejo secando al sol, ¡Esperanzas, a su lado!
Pues al tiempo y su embestida, que le arrullen los poetas
Que tengan más fe que yo en sus crueles jugarretas.
Que ni Adonis murió en venganza, ni Apolo supo ser pulcro…
Con febril insistencia, Narciso se busca a sí mismo.
Con heráldicas y estoicas muestras de pobre grandeza,
Me encamino sin la llama, sin la espada, sin el hilo.
Es el bosque una tiniebla, y la tiniebla es reflejo:
Mi heroísmo, ermitaño quejoso perdido sin gafas de lejos.
Si por azar o destino, llegase a encontrarte, ¡Oh, zarza!
A ti, o al rayo fulguroso que tu verdad esparza…
Sólo sé que (nunca aprendo) te heriría con mi filo
Y volvería a mi exilio haciendo alardes de tal “proeza”.
He pedido una respuesta a lo basto del espacio:
Me enviaron este eco, dolorido de misivas.
A las palomas grises de sus párpados, el ungüento
Que sugiera la plegaria, la orden, el póstumo lamento
Que por fin me apague de su mundo, como una velita
De esas que en la tempestad -¡y sólo en ella!- crepitan.
Que a estas palabras insensatas (y sus manos permisivas)
Pronto llegue nueva arcilla de la que se moldea despacio.
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