Amasas con fuerza un horizonte
Repartiendo prolijamente las nubes, las tormentas.
Cerras los ojos y hasta mi pulso
Se pausa.
La música corta su pentagrama
En pedacitos de cebolla y sin llorar
(Quizás un poco más duro de lo que debiese dorar)
Se van tajeando también las servilletas,
Las historias versionadas en su (dis)curso,
Los gajos de un árbol que muta en grulla
Y se vuela hasta tus manos,
A llenar de plegarias tus huellas.
Desde tu mangrullo altísimo
-Otrora mi antigua torre de leyendas-
Vislumbro el humo, el malón, la polvareda,
Tu sangre original que descorre
El telón, el fondo de mi océano
O de una pantalla donde constelen
Las letras y los fonemas atiborrándose de sentidos
Para luego diluirse en una mirada que una.
Descansas en mi pecho:
Temblando, el universo
Se abre como libro de páginas esféricas,
Llegadas desde muy lejos en un dialecto de abrazos.
Mientras levantas tu cuello arisco
Siembro los besos que te harán mañana
Un té a deshora, para calmar tu garganta adormilada.
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