Diócesis de
remos y de brazos
Va dejando
atrás al río amargo, turbísimo,
De los
rostros y los torsos y los pezones y ombligos,
Sin madre
ni padre ni magia ni trucos.
Proezas de
estatismo, acariciándole la nuca
Al mundo
soberbio que se inmola en un salto
A
quemarropa, contra las orillas.
El agua se
lo lleva todo, no lo olvides,
Porque el
agua se lo lleva.
¿Qué era…?
Los besos
más lentos, esos
Como recuerdos
guardados
Entre pedacitos de algodón y el polvo
del ropero.
Hay cosas que se apolillan
Como un
modo de resistir lo inquebrantable de la muerte.
De repente
el mundo se cubrió de azafranes,
Se quebró
de azaleas. Empezó a sangrar crisantemos
Y ramitos
de perejil, de cúrcuma, de polvos estelares.
Mi cicatriz
expulsó su último aliento,
Lívido como
las marcas del sol en el aguacero,
Mi calor
decantó por otras tumbas,
Otras
baldosas que ni he de conocer.
Las
fragancias arremolinaron como Dédalo e Ícaro al sol,
Hiriéndome
de almíbar y de cera las alas rotas.
¿Cómo se
llega? No se llega.
Algunas
cosas no tienen porqué tener su revés,
Su (ab)solución,
su emancipación,
Su café con
medialunas, señor.
Ávido de
comienzos, devoro las iniciales
De donde
nacerá la semilla que cambiará el mundo todo.
Romperé el
tiempo, para geminar en mí una nueva
Paciencia.
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