¿Qué puedo contra vos, tus ciegos ojos claros?
¡Qué puedo que ni el sol, que ni los astros!
No me salen las defensas propias, los obvios argumentos.
Los días se me acumulan como caspa, como platos sucios.
Al costado de mi ruta voy, bostezándote las mañanas
Para luego desvestirme en tus sombras,
A merced de tus palabras que sólo insultan,
Disparando mis insistentes respuestas que no escucharás
Y seguirás exigiendo.
Noche de vos, te perforaré los ojos con mirra,
Ahumaré tus cadáveres al incienso puro
Para revivirlos a tirones, como se hace con las viejas
esperanzas.
¡Hambre y des-hambre, desandarás tus venas!
Te condeno, rostro de mujer, a los olvidos que te aquejas.
A la sutileza del candor, a la patadita de las siestas,
Al pinchazo de la misma puta rueca
Que te sume en el sopor del que jamás te recobrarás.
Te castigo, fogonero, por tus tiempos de paz fingidísima,
Por todos los tratos y contra-tos que has roto o pisado,
Por las rendijas que no hayas abierto al vaho
De esta ciudad que se consume a sí misma,
Caníbal de sus ritmos.
Te arrancaré tus ojitos de cuervo parsimonioso,
Pálido acechante de pesadillas,
No me detendrás ni en tu nombre, ni en el mío,
Ni en el sol, ni en los astros.
¿Quedó claro?
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