Todas las versiones de mis ojos dormidos
Te contemplan como a un cielo festoneado
De matices rubicundos, esmerados, grisáceos.
Llego como quien aborda un
naufragio,
Con las manos abiertas para recibirte todo
Desde el estómago de una ballena que devora lo que ama.
¿Cómo se apagan los incendios de las pupilas?
¿Qué queda prendado a las vueltas de la noria absoluta,
De las mañanas dormidas en puertos y tranvías?
Llego tardío, cansino, con una
bruma espesa,
Con las amarguras desveladas en los incisivos,
Con las magras veletas secándose al sol.
Llego como yéndome, partiéndome
en dos
Gestos terciados ante la misma obtusa verdad.
Este silencio –un amante-, verdades que dibujamos
En la pared de un cuarto ajeno, como nuestras visitas,
Mientras el amanecer nos arranca los suspiros
De cuajo, del pecho, a carcajadas irónicas.
Volvemos a doblegar las aspas del molino,
A moler los trigos, las harinas del reproche.
A mudarnos en pleamar a una costa que no cueste
Tanto como la vida que pretendíamos salvar
O la ropa que nos quitamos anoche y olvidamos.
Llego y
me voy, con los dientes en la boca.
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