Atosigados en mis sienes,
Tantos miedos, como una maraña de polillas
Que no desenreda.
Aletean fuertemente, tratando de liberarse de ellas mismas,
De sus temores, reincidencias, equi-vocaciones.
Ningún fuego es suficiente para tal quemadura,
Ni las risas logran habitar el parquet con sus pasos de niños.
Las motas de polvo me encarcelan la garganta, clausurándome
Como la marca paternal que agoniza en la basura.
Cada vez, menos tiempos, más marcas; menos valgo, más cicatriz;
Se propagan los colmillos de serpiente en la mirada bondadosa
De los que aún viven.
Este es mi pago por los océanos y las puestas de sol,
Este es mi saldo tras la vida saladamente profunda.
Soy tan desnudo que no merezco algodón que me cubra.
Todo se convierte en una lenta inundación.
Me aferro a mis alas de cera, como si aún de algo sirviesen,
Y me muevo, muerto de luna, escapándome hacia el feliz verdugo dorado.
Trato de respirar. Y es tarde.
Intento volver. Tardísimo.
Me enfrento lentamente.
Horas donde llego retrasado al traqueteo de la vida.
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