Crece como un legado gamberro,
Indeseable casi siempre, por sabernos
In+diferentes.
Cien mil años de soledad se nos tachonan los humores,
Colosal máquina de repeticiones es la vida.
La vocación de ser fruto del árbol del cual rodamos,
Aún inmaduros; la extenuidad
De ser sólo una triste astilla
Desprendida de un craso garrote de historias.
Tomamos prestadas las voces, los gestos, el linaje entero.
Incluso, en descuidos, los póstumos
E inefables destinos copiamos
(Y eso, aunque triste, hay quien lo toma como homenaje).
Esos recuerdos desde abajo,
De molinos y de jacas, de odas venidas a menos,
Resuenan en nuestro genoma
Como un canto de sirenas lactantes.
Se desdibujan las costas, nos alimentan con sus piedras perniciosas
Para siempre ser más ellos / Que mismísimos nosotros;
Una fotografía en negativo / Aspirando a ser pintura.
Yo, que llegué con la fiesta terminando,
Último admitido de un invierno sin invitación,
No soy el primero del ardor vehemente,
Mucho menos el artífice del primo verbo estirado.
Ni pionero del murmullo, ni fundante de mis vicios,
Ni precursor de mis santos latiguillos y cicatrices.
Pero sí me adueño de mis fuegos fatuos
Y espiralo a contraluz las estrofas,
Y confío como nadie en la entropía de un susurro.
Y me como en silencio mis penas sin pan,
Y mutilo sin temor todas mis máscaras.
Porque el arte está en que el duplicado
Sepa darse sus propias pinceladas.
Esa búsqueda no se termina
Ni aún cuando se acaba el tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario