Con esas profundas voces que he amado, ignorándolas,
Lavándolas en el agua del deshielo.
Toda nuestra aritmética de pasiones
Habría sucumbido, escuetamente
(Siempre fui yo quien quemaba los fusibles de nuestra comparecencia marchita)
Y vos persistías en sacar la fotografía justa
A los despojos del granado que el vendaval arrancó.
De cuajo, viviré mejor en los frutos que no logre saborear.
Hartos de persistirnos como trompos, (te escuché)
A las trompadas, me convences de lo cóncavo
De tantos verbos estériles e insurrectos.
En un atril se sostiene la humedad que horada lo eminente.
Admitimos nuestros raídos acoplamientos, pero
Tanta irradiación entre lenguas (te escuché)
Nos tiene escupiendo alacranes por puro placer
De abanicarnos, luego, a escopetazos.
Regálame el blanco de tus ojos, como un ruido
(Te escuché) de lluvia que penetre en tu diapasón,
Donde nadie llega.
Porque siempre somos Otro,
Aunque no querramos ser ni siquiera nosotros.
Infidelidades sobran (nacen y mueren con uno).
Crees que morder el labio de un hombre es alimentarse en todos
(Y no equivocas),
Pero ignorar sus singulares sigilos es anorexiarse en pleno banquete
(Como hacen -casi- todos).
Trócame la suerte que te sobra,
Reyecito que desespera aullante (te escuché)
En plena sedición. Soy torrente
Para que afirmes tu enroque, para que escapes
De tanto desatino que mereces, que no deseas.
Para que admitas lo absurdo
De querer -sin querer- no querer, pero queriendo.
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