Sol por los poros hasta pagar las cuotas
De dignidad necesarias
Para ser hombres (o al menos sus reflejos).
Todos somos meretrices del reloj,
Del esfuerzo que no regalamos, del sudor
Que trocamos en penas o panderetas.
¿Quién pudiese asomarse como lágrimas
A la vida, sin precipitarse en acto siguiente
Por una mejilla o una nariz que den canto límpido
A una caída irrevocable?
Aplaza el sueño hasta dormirte en cualquier boda,
Externaliza el bostezo que te promueve el mundo.
Un olor extraño, como un caldo
Acre, perfora mi nariz hasta
Darle un valor y un uso.
Una muerte, también extranjera, como si fuera propia, me sume
En un silencio quieto donde reina el llanto ajeno.
Me vence el sopor entre tus vítores y quejas,
En la furiosa fe anidada
En tu boina y tu estrella.
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