Duda por un instante, afírmate en mí otro poco.
Así, la luz hiende su blanca espada, nos deshacemos en retículas,
En retornos a las huestes del ocaso, al tibio sol de tantos éxodos por decoro.
Una parada en el abismo; en la inmensa quietud del silencio
Una nada estallándose contra el decorado, contra las míseras ausencias.
Desatas de mí el reflejo erguido, la humareda de proezas,
El horizonte inmóvil entre los barrotes del destino, las marcas propias
En el cuerpo, ese siempre ajeno que dormita en la trinchera
De una habitación tristona y empedernida, de un pañuelo arrebatado por el viento
Donde las promesas y las despedidas tejen su propia trama.
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