jueves, 23 de agosto de 2012

Eterno como l’amou(e)r(te).-


¡Soltá las amarras; nuestro barco se aleja!
Tu torso anegado se mueve en la niebla,
La noche, oscura mano extendida
Sobre las blancas teclas de sal,
Susurra tu nombre de muro
(Me olvido la “a” cuando puedo),
Mi derrumbe de altares profanos.
Te dormís adentro de todo.
Como tierra de sepulcro, algo nos late voraz.

¡Soltemos las amarras; brilla el océano de tu boca!
Su antiquísima luna agónica,
Tu cadavérica luna espléndida,
Mi raída muselina del coma.
Ante el estertor postrero del sol,
Oigo su gruñir del eterno vencido.
Te doy de comer de mi bienamado ensalmo:
Que abrase tu lengua de diablo
Todos los idiomas de mi fuego.

¡Suelten las amarras; fantasmas, nos llama en el viento!
Contemplad mortales inermes
La excelsa excarcelación del no-ser
No tenés alma, no la buscaré en tu pupila.
No será tu velo profano mi ala sagrada.
Mas, te miro bien y detengo un segundo.
Pierdo el reloj de ese que suicidó
Hasta la última de mis horas.
Te miro bien, miro en tu ojo…

¡Suelto las amarras; me voy a otras tierras!
No pienso volver: No llevo pañuelo.
Dejé la habitación, la botella vacía,
Su pago: Su beso, las treinta monedas,
La carta funesta, la memoria del polvo,
El rosario de lágrimas, los sueños podridos…

¡Amarras soltadas!

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