¡Soltá las
amarras; nuestro barco se aleja!
Tu torso
anegado se mueve en la niebla,
La noche, oscura
mano extendida
Sobre las
blancas teclas de sal,
Susurra tu
nombre de muro
(Me olvido
la “a” cuando puedo),
Mi derrumbe
de altares profanos.
Te dormís adentro
de todo.
Como tierra
de sepulcro, algo nos late voraz.
¡Soltemos
las amarras; brilla el océano de tu boca!
Su antiquísima
luna agónica,
Tu cadavérica
luna espléndida,
Mi raída muselina
del coma.
Ante el
estertor postrero del sol,
Oigo su gruñir
del eterno vencido.
Te doy de
comer de mi bienamado ensalmo:
Que abrase tu
lengua de diablo
Todos los
idiomas de mi fuego.
¡Suelten
las amarras; fantasmas, nos llama en el viento!
Contemplad
mortales inermes
La excelsa excarcelación
del no-ser
No tenés
alma, no la buscaré en tu pupila.
No será tu
velo profano mi ala sagrada.
Mas, te
miro bien y detengo un segundo.
Pierdo el
reloj de ese que suicidó
Hasta la
última de mis horas.
Te miro
bien, miro en tu ojo…
¡Suelto las
amarras; me voy a otras tierras!
No pienso
volver: No llevo pañuelo.
Dejé la
habitación, la botella vacía,
Su pago: Su
beso, las treinta monedas,
La carta
funesta, la memoria del polvo,
El rosario
de lágrimas, los sueños podridos…
¡Amarras
soltadas!
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