Tropezón, nariz de piso.
Lento, para llegar a algún lado
Que no sea tan triste como el que transitamos.
Lento, como las estaciones, la primavera marchita
Nos recordará en sus flores secas.
Lento, porque vamos juntos…
Y podría irme rápido a un lugar más claro,
O podrías hundirte en la miseria que llevas…
Pero prefiero, lento, enlazados.
Y que el lazo no se vuelva tu jaula cobriza.
Y que el lazo no se vuelva mi sangrienta condena.
En el altar del atributo,
De la piedra sacrificial que nos golpeó,
Mueren los pétalos dejados a su suerte.
¿Los has pisado, mi amor? ¿Has pisado mi amor?
¿Dónde escondiste las alegrías?
Soy un niño que te mira desde el fondo de su alma.
Pero nos moveremos.
¿Juntos? ¿Separados? Nos moveremos.
En la inercia de las cosas muertas
O en la carne viva de lo que sigue latiendo.
Plumas y cuerdas vocales,
Se tensarán, en pleno vuelo.
¡Oh, de mañana, si se apagara el fuego…!
Si disuelto el rencor se me fuera el amor,
Si redimido el pecado se te fuese la vida…
¿Qué será de nuestros músculos mojados por la tormenta?
El eterno lazo que nos unió anteayer,
Con su manía de repetir triunfos y errores…
Me dejó ver el premio y el castigo:
¡Como somos por fuera, somos por dentro!
Hasta que una tarde de hace un tiempo,
Una dama me acarició la mejilla y secó mis lágrimas
Con un pañuelo blanco hecho de nieve.
Enjuagó en los cristales la pureza máxima
De quien requiere todas las fuerzas para mantenerse
Sobre sus piernas.
Mientras tanto, algo crece en mí,
Como un tímido árbol sosegado en un bosque.
El amor se defiende, gentil pero firme…
Decidido, aunque aún no vea la luz porque lo tapa
Desde afuera, la sombra al acecho,
La que recuerda en la muerte que el corazón latía.
¿Quiénes son tus paladines demoníacos?
¿Quiénes son los cuervos que graznan tu nombre?
Pero la dulzura, la profunda e ingenua
Sonrisa todavía se esconde en el fondo.
Las palabras habrán de ser certeras,
Las acciones habrán de ser determinadas:
Un silencio, una mirada, son flechas que no vuelven.
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