Te disuelvo en los rastros de una sombra que me nubla poco a
poco el sinsentido.
Como dos espejos del desierto, del fuego de un bosque
Antiguamente incendiado. Reflectándonos.
Recuérdame las heridas como quien ha olvidado su Nombre
Y vuélveme la cara al Cielo, que mi cuello es la parálisis
de las palabras.
No pretendo interpelar tu podredumbre herética,
Pero tampoco quiero ser el lastre de tu pañuelo roto.
No me sirve tu prudencia de ciego en terremoto, ahora,
Que nos sacudimos el hueso, el huso, el horizonte.
Dispensar anticipadamente la sangre virgen de la primera
traición;
Secar tu querube, pluma a pluma, del café que le derramamos.
Nunca pienso en tu rostro cuando el viento me arropa,
Jamás toco tu anatomía en las callejas azules del laberinto
de mis deseos.
Envenenado de hiedras por tu tendencia proto-có(s)mica de
salar otras carnes,
Deshago mis murallas porque
Sos el alma perfecta para dispararme de vida;
Soy el arma idónea para sanarte de muerte.
Te lleno de signos de pregunta como quien raya
El sa(n)grado libro de su vejez,
Con tinta blanca marco tu humor de hollín, mis retráctiles
desplazados.
Una fuga.
Desgarrado bajo nuestros pasos el destino que dibujábamos,
Borrón de goma en pared del vecino, cantinela estoica de
locura.
Hiervo de dedos, como piano abandonado
A s(u)erte “cualquiera”. En las mangas de tu camisa,
La longeva fidelidad al vino, A las torturas
De los feriados patrios entre zurcir de medias y lunas
nuevas.
Los rayos de mis venas se diseminan por el mármol recién
bautizado
Y me vuelvo cualquier pájaro que no vaya a cantar
En tu voluntad.
Me siego las piernas con maderas nebulosas donde bailar
-Silenciosamente- ¡toda la canción!
Retrato los glifos caldeados de la hierbabuena que no me ha
dejado solo.
Miento los puntos de una herida sumergida en sal-muer(t)a:
Canto las cuerdas del envi(u)do más fugitivo de mis
rumiaciones.
Me dejo de vos, usándote como coordenada de mundo:
Rompimos la distancia, nuestro más oxígeno.
Engrandecemos la bestia asceta del dolor bienrecibido,
De la palabra coqueta y putona.
Piedra sangrante, prostibularia y vengativa,
¡Ojalá no supieses del Verbo Primigenio
Ni de la masa injusta de los cuerpos sexuados!
Sólo los músculos, borboteando en la panacea, acariciándome
El frío con su despecho.
Hasta que algo totalmente ignorante de los milagros
Haga el puente.
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