Abandonado a tu sola compañía,
Como quien hace una caricia con una hoja de roble mojada,
Con las mareas gastadas de un desierto de crayón.
Si supiera que no hay mañana,
Simplemente reiría -¡Hoy!- como loco.
Oigo los truenos y recuerdo las tormentas.
Sé que no han pasado.
Oigo los truenos y recuerdo que solíamos
Mirarnos tan fijo en la tempestad,
¡Y era hermoso!
Furor melancólico que vetea de azul
La tardecita soleada, con tus ojitos tristes.
Palabras de más, cada una
Un ejército de heridas lacerándonos.
Mide mi silencio, caminante,
Que son mis pasos y mi pesar.
Conocer la maquinaria no prepara el arroz,
No le pone la leche, la naranja que corte.
Mientras se pasa el día,
Voy reverberando hebras de mí.
Me voy perdiendo en los túneles.
En la amargura que no sana;
En la miel que no endulza.
Comer la manzana y volver a temer al gusano en ella.
Saber que lo encontraré,
Meneándose como el péndulo de la muerte.
Eventualmente, soltar la huidiza zozobra,
Desgarrar las manchas de pintura sobre el lienzo.
Romperme todo cenital abstraído en las cenizas.
Hasta volver a vibrar, como un colibrí electrocutado.
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