Llegar a la edad donde la unión
eterna
Con otra carne y su alma
Con una muerte que descarne y
rearme,
Con algo que realice ambas en un
solo disparo,
Frente a un mismo altar,
Y reuna las partes disyuntas.
Es trabajo de los vivos juntarnos
a velar los muertos.
En la oscuridad de nuestras
noches, enfrentarnos
A la mansa labor de desgarrar el
miocardio,
De auscultar precisos,
lacerantemente veraces,
Para prever las fallas de nuestro
propio corazón.
No sólo son nostalgias de futuro:
Es
El cálculo apasionado que
determina dónde se acaba todo.
Para que vuelva a empezar.
Servirnos de pozo profundo donde
el eco
Devuelva nuestro mensaje.
Hacernos espejos reflejándonos
las sombras
De atrás de nuestras orejas.
Pasar toda la noche despiertos,
abrazando
Las plumas de los ángeles que
fuimos degollando.
Y llorar un poco, si es que
quedan fuerzas,
Entre tanta risa de las viejas
fábulas.
Quizás, por suerte, recordar las
moralejas.
Así, en el calor silente de la
noche abierta,
Con el llamado de un sístole que
responde a un diástole,
Podamos explicarle al viejo y
lejano amigo que somos
-Con la ternura respetuosa de
quien ha aprendido-
A qué citas es preciso no faltar.
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