martes, 23 de junio de 2015

Deshecha la guerra, deshecha la paz.- (Onírico; 23/06/2015).-

Me acompañarás al cementerio en mi hora más triste
(Más triste aún que mi ultimísima hora),
Me acompañarás trayendo contigo la vida
Que das y que cuidas, que en tus jardines florece como retoños.
Yo, que he robado vidas de ese jardín, te llamo a mi lado
A vos, única compañía capaz de entrelazarse en mí
Y derretir los témpanos.

Dicen que los gruñones fuimos una vez los mayores
Soñadores.
Y sabemos: no hay peor dolor que ver morir los sueños.
Sé que no te ofusca si gruño, porque me conoces.
Y tu risa jovial, tu reflexión serena,
Tu sencillez ganada en buena ley
Son perfectos bálsamos.

Así que no refunfuño si tienes la razón y hay que ir
Hacia otro final que no es el del sólo crecer
En uñas y cabello.
Algo podrá partir, en tanto permanezca vivo.
Quizás sea yo el que no esté, quizás sea yo
El que desaparezca en una escala
De grises borroneados por la distancia.

¿Cómo explicarle a otros que la muerte no es
Sólo una cuestión de cuerpos?
Mejor simplemente llegar al lugar, dejar ahí el hálito
Y partir, porque no hay nada que los cementerios de la carne
Tengan para apelar sobre la vida o la muerte del espíritu.

Todas mis fuerzas a la luz del pleno conocimiento,
Todas mis ganas a favor de la entera experimentación.
El hábito no hace al monje, pero sí hará al maestro:
Una magia más allá de lo que los dedos de un piano resuenen.
Aparecerán como niñas del ocaso,
Con sus largas mantas borravino y su reverberante sangre
De dragón. Los ojos rojizos, violentos,
Impetuosamente despiertos al odio y al fervor.

¡Luchadlas, aunque la Vida se vaya con ellas!
Con presteza un disparo a los rugidos rebeldes
De tanto estertor. No podrá costar mucho,
Ni mucho ni poco…
(Porque todo tiene un precio justo, ¿Verdad?)

Pero ellas no las dañen, las reas del andar liviano,
Hermanas de otros vientres, llegadas como esclavas.
Mas a ellas ni las miren, que son frágiles y bondadosas.
No sea riesgo que una mirada les deshaga
Como a la escarcha el fuego.
Tomadlas de las manos, unan sus santas fuerzas
Sobre el perdón y la redención, dejen caer
Una lágrima purificante.

Quizás entonces nos percatemos
-Si aún nos quedan fuerzas-
Que deshecho el odio y el bullir sangriento
Hay islas de la paz que, simplemente,
Desaparecen.

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