Ya no hay tumbas sagradas,
Ni escrituras, ni nombres, ni padres, ni hijos.
Ya no hay lugares que se alcen como templos de no sé
Qué dios o qué concepción de las naturalezas.
Ya no hay panteones, pero el hambre reverbera
Como un muerto con una moneda de oro en la boca.
Odio los sonidos que no son de tu pulso,
Apenas puedo jurar que aún vives
(Apenas si puedo desearlo,
Si apenas puediese imaginarlo).
Hay tantas cosas sin cura.
Y vos y yo, hundiéndonos
Despacio en esta monotonía de carmín y especias.
Tan aturdidos por carnavales donde no nos toca
Baile ni batuque. Tan en medio
De un velorio desvelado, solos,
Como si fuera una pista de baile.
Y lo sagrado que ya no existe,
Una pena en vilo.
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