Cierro los ojos, dejo que el rojo me invada
Y me llene de borravino, escarlata, bordeaux
Hasta acuchillarme de fuego las córneas heridas.
Orea el calor mi nariz,
El viento tiñe mis labios de frío,
Una frescura caldea el metal cerrado de mis párpados.
El rojo tiembla, amarillo, apenas verde
Y se disuelve en epilepsias brillantes
Como un espectro.
Poco a poco, el rojo es tan rojo
Que es un poco anaranjado, algo violáceo,
Muy negro. De tan negro que incinera
Todo el universo concebido
Y hasta el hielo tirita en mi estómago,
Como un vil servidor de satanaces.
Hasta que el rojo se rompe
Con un sacudir de pestañas al silencio:
Todo lo que tuvo color se ha vuelto
Infinitamente blanco.
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